16/11/2025 strategic-culture.su  17min 🇪🇸 #296428

El proyecto de Israel y Estados Unidos para Oriente Medio: ¿hegemonía o colapso?

Roberto IANNUZI

Escríbenos: infostrategic-culture.su

Las turbulencias internas en Israel, la aceleración del declive estadounidense y las contradicciones del plan de Trump podrían echar por tierra todo el proyecto hegemónico israelo-estadounidense para la región.

Hace solo unos días, Israel conmemoró el trigésimo aniversario del asesinato de Yitzhak Rabin, el primer ministro que en 1993 firmó los Acuerdos de Oslo, dando inicio al «proceso de paz» israelo-palestino.

Rabin fue asesinado el 4 de noviembre de 1995 por Yigal Amir, un extremista judío que se oponía al nacimiento de una autonomía palestina en Cisjordania en virtud de los Acuerdos de Oslo.

Recordando a Rabin, Dennis Ross (en aquel entonces enviado de EE. UU. para Oriente Medio y ahora miembro del Washington Institute for Near East Policy, un think tank proisraelí de orientación neoconservadora)  trazó un paralelismo entre aquellos años y la situación actual.

La idea de un «nuevo Oslo»

En aquel entonces, Estados Unidos acababa de derrotar a Saddam Hussein, y el presidente George H. W. Bush aprovechó la ocasión para lanzar la Conferencia de Madrid (1991), que sentaría las bases para los Acuerdos de Oslo.

Hoy, como entonces, «los enemigos de Israel están en retirada», escribió Ross. Tel Aviv «ha golpeado duramente a Hezbolá y Hamás; el régimen de Assad en Siria se ha derrumbado; y la guerra de 12 días librada por Israel y Estados Unidos ha asestado un golpe significativo a Irán».

Ross concluye que «al igual que ocurrió con Bush en 1991, pocos países están dispuestos a decirle que no al presidente Donald Trump».

El razonamiento del ex enviado estadounidense está dirigido al primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, a quien Ross acusa de no tener la misma capacidad que Rabin para aprovechar las «oportunidades» que ofrece la historia.

Ross recuerda que:

Rabin intentó sacar partido de esas circunstancias colaborando con Estados Unidos para alcanzar la paz con Siria, Jordania y los palestinos. Sus esfuerzos se basaron en la Conferencia de Paz de Madrid, que Estados Unidos había ayudado a organizar poco después de la guerra [del Golfo]. La conferencia rompió el antiguo tabú de las conversaciones directas entre árabes e israelíes, y Rabin aprovechó la oportunidad. Como explicó en un discurso tras convertirse en primer ministro al año siguiente, Israel debía promover la paz con sus vecinos para centrarse en la mayor amenaza que representaban Irán y su programa nuclear.

No paz, sino aislamiento de Irán

Dirigiéndose a Netanyahu, Ross sostiene que:

Si Rabin estuviera vivo, reconocería esta oportunidad estratégica y trataría de aprovecharla. Vería en el plan de paz de 20 puntos de Trump una oportunidad para reconstruir una Gaza mejor y crear una coalición con los Estados árabes para contrarrestar a Irán y a las fuerzas extremistas de la región.

En esencia, en su artículo, el ex enviado estadounidense insta a Netanyahu a no boicotear el plan de Trump adoptando posiciones maximalistas incluso para la administración estadounidense.

Como he explicado en dos artículos anteriores, el plan formulado por la Casa Blanca para Gaza es en realidad un proyecto neocolonial que no ofrece nada a los palestinos, y mucho menos la perspectiva de un Estado independiente.

Pero el paralelismo histórico trazado por Ross es sustancialmente correcto.

A la luz de la creciente rivalidad con Irán, Rabin decidió renunciar a la estrategia de alianzas con los países de la «periferia» de Oriente Medio, optando en su lugar por un camino de reconciliación con los vecinos árabes favorecido por un proceso de paz entre Israel y Palestina.

Al mismo tiempo, Washington excluyó a Irán de la Conferencia de Madrid y del proceso de reconciliación árabe-israelí (a pesar de las aperturas realizadas por el entonces presidente iraní Akbar Hashemi Rafsanjani), apostando en cambio por la creación de un frente regional árabe-israelí-estadounidense que aislara a Teherán (como afirma el propio Ross).

El proceso de paz iniciado por los Acuerdos de Oslo nunca habría dado lugar a un Estado palestino independiente. Por el contrario, después de 1993, la construcción de asentamientos israelíes en Cisjordania creció de manera exponencial.

El propio Rabin no concebía la posibilidad de un Estado palestino, sino como mucho una «entidad» autónoma que fuera  «menos que un Estado». Sin embargo, su idea de una autonomía palestina, impopular entre la extrema derecha israelí, le costaría la vida.

De manera similar, al presentar su plan de 20 puntos en Sharm el-Sheikh, Egipto, Trump habló triunfalmente de una nueva «era de paz» en Oriente Medio.

Si su plan, que oficialmente ya no prevé la expulsión de los palestinos de Gaza, concediera a estos últimos un mínimo de autogobierno en la Franja e impidiera la anexión israelí de Cisjordania, varios regímenes árabes, entre ellos Arabia Saudí, podrían volver a considerar la idea de normalizar sus relaciones con Israel.

Como reconoció Ross, el verdadero objetivo del plan no es alcanzar realmente la paz regional, sino «crear una coalición con los Estados árabes para contrarrestar a Irán» y sus aliados en la región, además de vincular las monarquías del Golfo a los Estados Unidos, alejándolas del abrazo chino.

Un nuevo «Oslo» a menor escala no serviría, por tanto, para ofrecer una solución real a la cuestión palestina, sino para proporcionar una apariencia de solución capaz de compactar un frente antiiraní que dejara a Teherán completamente aislada en la región.

La comparación entre Oslo y el plan de Trump ha sido propuesta también por Shimon Sheves, que fue durante años la mano derecha de Rabin, precisamente con motivo de las recientes conmemoraciones del fallecido líder.

Destruir el eje iraní

El desequilibrio del plan de Trump a favor de Israel ya ha quedado patente en los últimos días, durante los cuales Tel Aviv ha violado en repetidas ocasiones el alto el fuego con el consentimiento de Washington, matando a más de 240 palestinos, y ha dejado entrar  menos de una cuarta parte de la ayuda prevista en los acuerdos, esencial para aliviar la emergencia humanitaria en la Franja, sin que la Casa Blanca haya planteado objeciones.

Pero tanto en Israel como en los círculos neoconservadores estadounidenses, hay quienes  hacen hincapié, incluso antes que en la realización del plan de Trump, en la necesidad de aprovechar el momento de debilidad que atraviesan Irán y sus aliados, tras los golpes infligidos por Israel durante su guerra «en siete frentes » (Gaza, Cisjordania, Líbano, Siria, Yemen, Irak, Irán), para desmantelar definitivamente el llamado «eje de la resistencia» proiraní.

Como ha declarado el propio Netanyahu, Israel ha pasado «de la contención a la iniciativa», con vistas a una victoria final sobre sus adversarios regionales.

En una reunión del Estado Mayor del Ejército celebrada el pasado mes de septiembre, el primer ministro israelí afirmó que el próximo año tendrá un alcance histórico, ya que Israel llevará a cabo la «destrucción del eje iraní».

Esta idea no solo pertenece al Gobierno, sino que también la comparten importantes figuras de la oposición israelí.

Al presentar la «Visión de seguridad israelí para 2040», el exgeneral y actual líder del partido «Azul y Blanco», Benny Gantz , habló de la necesidad de invertir en la defensa israelí y de neutralizar a Irán, ya que, sencillamente, «o somos los más fuertes sin lugar a dudas, o no existimos».

Gantz añadió que la existencia de Israel no es solo una cuestión de interés nacional para los israelíes, sino también para el mundo occidental.

En otras palabras, estamos claramente ante un proyecto hegemónico, o al menos así se percibe por muchos países de la región.

Ofensiva israelo-estadounidense, desde Cisjordania hasta Teherán

Entre 2023 y 2025 se produjo un aumento sin precedentes en la aprobación de nuevos asentamientos en Cisjordania, mientras que Netanyahu declaraba que «no voy a ceder en lo que respecta al control total [...] israelí de todo el territorio al oeste del Jordán».

Hechos que contradicen claramente la idea de un Estado palestino.

Tom Barrack, enviado especial de EE. UU. para Siria y Líbano,  ha declarado que estos dos países son las otras dos piezas esenciales de la nueva «arquitectura de paz» regional. Para que dicha arquitectura se complete, es necesario que el Gobierno libanés proceda al desarme de Hezbolá y que Siria firme un acuerdo de seguridad con Israel.

Mientras la administración Trump está ejerciendo una enorme presión sobre el Gobierno de Beirut para que lleve a cabo su tarea, Israel está impidiendo la reconstrucción en el sur del país.

En las últimas semanas, aviones israelíes han bombardeado maquinaria de construcción e instalaciones para la producción de  cemento.

Otro éxito para Israel es haber conseguido la terminación del mandato de la FPNUL, la fuerza de la ONU desplegada en el sur del Líbano, antes de finales de 2026. Sin presencia internacional, Israel podrá consolidar su control sobre esa parte del territorio donde ya hoy impide el regreso de más de 82 000 desplazados libaneses.

En el sur del Líbano, las fuerzas armadas israelíes, además de controlar cinco puestos militares avanzados, ya han impuesto una ocupación  «a distancia» mediante el uso de drones y otros sofisticados sistemas de vigilancia y disuasión.

En Siria, aunque el nuevo Gobierno de Damasco no ha realizado ningún acto hostil contra Israel, las fuerzas armadas israelíes han ocupado otras partes del Golán, han tomado el monte Hermón (la cima más alta del país), han bombardeado el aeropuerto de Damasco y muchos otros objetivos, y se han apoderado de recursos hídricos estratégicos.

El Gobierno de Netanyahu también está decidido a impedir que Irán reconstituya su programa nuclear dañado y su capacidad misilística, posiblemente mediante una segunda rondaHYPERLINK «https://strategicreflections.substack.com/p/a-second-preventive-war-against-iran» del conflicto militar iniciado el pasado mes de junio.

También en este frente, Israel cuenta con el respaldo de la administración Trump, que tiene la intención de mantener su política de «máxima presión» contra Teherán, en particular mediante la aplicación inflexible de sanciones.

Washington está igualmente decidido a presionar al Gobierno iraquí para que se deshaga de la influencia iraní en el país, sobre todo desmantelando las milicias chiitas cercanas a Teherán.

La Casa Blanca también está dispuesta a instar a Arabia Saudí y a los Emiratos Árabes Unidos a que colaboren con «socios locales» en Yemen para contrarrestar el movimiento Ansar Allah (los hutíes), que amenaza el tráfico comercial en el Mar Rojo y se considera uno de los pocos miembros del eje iraní al que aún no se le ha asestado un duro golpe.

Gaza como centro de integración económica árabe-israelí

En el marco de la nueva arquitectura regional estadounidense, Gaza debe transformarse, mediante la eliminación de Hamás, «de un representante iraní destruido a un próspero aliado abramítico», como recitaba el prospecto GREAT (Gaza Reconstitution, Economic Acceleration and Transformation), precursor del plan Trump.

La Franja reconstruida es concebida por dicho plan no como un territorio habitado por una población con derechos políticos, sino como un centro logístico del Corredor Económico India-Oriente Medio-Europa (IMEC), lanzado ya por el predecesor de Trump, Joe Biden, en septiembre de 2023.

El IMEC representa la arquitectura económica de los Acuerdos de Abraham (que prevén la normalización de las relaciones diplomáticas entre los árabes e Israel), mediante la integración del Estado judío en las cadenas de suministro del Golfo, a costa de la marginación de la soberanía y los derechos de los palestinos.

Para Washington, el IMEC nunca ha sido solo un proyecto logístico, sino una visión geopolítica para contrarrestar la Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda china, manteniendo a la India y a las monarquías del Golfo ancladas al bloque transatlántico.

Sin embargo, el plan presenta numerosos e de sostenibilidad económica, así como de viabilidad geopolítica, a la luz de las tensiones y los conflictos que azotan la región.

Como se mencionó al principio, este plan se ve amenazado por la intransigencia del gobierno de Netanyahu.

Este último se muestra hostil a la idea de un retorno de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) a la Franja y, en general, a cualquier forma de autogobierno palestino. Además, teme que la fuerza internacional de estabilización prevista en el plan de Trump pueda conducir a una internacionalización de la cuestión de Gaza.

Por su parte, las monarquías del Golfo están preocupadas por el expansionismo israelí, que amenaza a países esenciales para la estabilidad regional árabe, como el Líbano, Siria y la propia Jordania, donde estas monarquías tienen intereses e inversiones.

Y el reciente bombardeo de Doha, la capital de Qatar, a manos de Israel ha demostrado a los soberanos del Golfo que ni siquiera sus territorios son inmunes a la amenaza israelí.

¿Hacia la desintegración de Israel?

Estas tensiones se ven complicadas por las crecientes turbulencias políticas, económicas y sociales internas del Estado judío, que contribuyen aún más a amenazar la realización del plan de Trump.

Como escribió el historiador israelí Ilan Pappé en su último libro, en el que llega a predecir el fin de Israel (véase la reseña más abajo), la desestabilización interna del Estado judío se ha visto acelerada por el abandono, por parte del Gobierno de Netanyahu, del enfoque incremental adoptado por los ejecutivos anteriores con respecto a la cuestión palestina.

La decisión de llevar a cabo una limpieza étnica en la Franja y de embarcarse en una guerra en varios frentes que se prolongó durante dos años agravó las tensiones internas del país y aceleró el proceso de desintegración de la sociedad israelí que ya estaba en marcha.

El presidente Isaac Herzog mencionó estos peligros en su discurso durante la ceremonia de conmemoración del trigésimo aniversario del asesinato de Rabin.

Habló de los «impresionantes logros» alcanzados por Israel en su guerra en varios frentes, que «cambió el rostro de Oriente Medio», gracias también al compromiso de la administración Trump, que estaría llevando a cabo un «esfuerzo histórico para ampliar el círculo de paz y normalización en la región».

Todo esto «nos abre enormes oportunidades», dijo Herzog, y añadió que «en muchos sentidos, esto es la realización de la visión de Rabin».

Sin embargo, el presidente israelí advirtió que el Estado judío se encuentra «una vez más al borde del abismo», ya que, treinta años después, el país está viviendo los mismos niveles de odio y abuso.

Herzog advirtió que el clima de violencia en la sociedad israelí «es una amenaza estratégica en todos los sentidos» para el Estado judío.

La propia ceremonia de conmemoración de Rabin puso de manifiesto las divisiones internas del país, en particular por la ausencia de importantes figuras políticas.

Netanyahu, que era el líder de la oposición en el momento del asesinato de Rabin y que un mes antes de ese trágico suceso había hablado en una manifestación de protesta en Jerusalén en presencia de carteles que representaban a Rabin con uniforme nazi, se saltó la ceremonia, como viene haciendo desde 2021.

Otros ausentes ilustres fueron el ex primer ministro Naftali Bennett, considerado el rival más creíble de Netanyahu en las próximas elecciones, y Benny Gantz.

Coincidiendo con el aniversario, el ministro de Seguridad Interior, Itamar Ben Gvir , sustituyó el retrato de Rabin en las oficinas de su ministerio por el del ministro de extrema derecha Rehavam Ze'evi (también asesinado, pero por hombres armados palestinos), que abogaba por la deportación de los palestinos de Cisjordania.

Unas semanas antes del asesinato de Rabin, Ben Gvir (entonces un joven activista de extrema derecha) había mostrado un escudo robado del coche del primer ministro y había advertido: «Hemos llegado a su coche, también llegaremos a él».

Las turbulencias internas en Israel, la aceleración del declive estadounidense y las contradicciones del plan de Trump podrían echar por tierra todo el proyecto hegemónico israelo-estadounidense para la región.

El fin de Israel

Las razones históricas que subyacen a las tensiones internas en Israel descritas en el artículo anterior son expuestas de manera ejemplar por el conocido historiador israelí Ilan Pallé en su último libro, «El fin de Israel», recientemente publicado en Italia por la editorial Fazi.

Autor de numerosos volúmenes que representan hitos en el estudio de la historia israelo-palestina, Pappé sostiene en su última obra que Israel se encuentra ahora en una trayectoria insostenible, de progresiva desintegración.

Las razones de esta implosión gradual deben buscarse, según Pappé, en el largo proceso de transformación del sionismo, que culminó con la llegada al poder del actual Gobierno de Netanyahu, al que define como «neosionista».

El Estado neosionista de Israel se caracteriza por una radicalización de los valores del sionismo clásico y por el abandono del antiguo enfoque de la cuestión palestina (que consistía esencialmente en una lenta y progresiva limpieza étnica), para pasar al arma del genocidio con el fin de vaciar Gaza de palestinos con vistas a una operación similar que se reproduciría en Cisjordania.

La nueva entidad neosionista fusiona el sionismo religioso con el judaísmo ortodoxo y está dominada por extremistas judíos que en su mayoría provienen del movimiento de colonos. Actualmente hay 750 000 colonos en Cisjordania y Jerusalén Este.

Además de apoderarse de los territorios palestinos ocupados expulsando a sus habitantes, el Estado neosionista pretende crear una hegemonía israelí regional capaz de dominar a los países vecinos, principalmente Líbano, Siria y Jordania.

Los neosionistas no solo detestan a los palestinos, sino también a los judíos laicos, a quienes consideran un obstáculo para el nacimiento del nuevo Estado. Esta tensión dentro del tejido sociopolítico israelí está destinada a fragmentar el Estado judío.

Este proceso de disolución va acompañado de la crisis de Estados Unidos, el principal aliado de Israel y el pilar que lo sostiene. El declive de la influencia estadounidense en la región está destinado a acelerar la desintegración israelí.

Pappé repasa las etapas del auge del nuevo sionismo, identificando en el triunfo del Likud de Menachem Begin, que en 1977 puso fin al predominio del sionismo laborista en el panorama político israelí, un punto de inflexión que permitió a los grupos e ideólogos de extrema derecha aumentar progresivamente su influencia.

Estos desarrollaron una literatura que identificaba en la fase histórica actual una oportunidad irrepetible para el renacimiento del antiguo Israel bíblico y el retorno a su antiguo esplendor.

Dos obstáculos para tal realización eran, respectivamente, la presencia de los palestinos y la de los judíos laicos, que ya habían agotado su papel histórico.

Estas corrientes neosionistas, marginales en los años 70 y 80 del siglo pasado, han ido cobrando cada vez más importancia, pero el verdadero punto de inflexión para ellas llegó con la llegada al poder del nuevo Gobierno liderado por Netanyahu a finales de 2022.

Este último, con tal de mantenerse en el poder, decidió alinearse con las corrientes de la derecha neosionista y abrazar su agenda política. Esto ha provocado que el emergente Estado neosionista esté engullendo gradualmente al Estado de Israel.

Publicado originalmente por   Intelligence for the people

Traducción:   Observatorio de trabajadores en lucha

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